Apología / denuncia del gatekeeper

Un alegato contra los guardianes de la pureza fan y el mercado que convierte la pasión en mercancía.

TACO POSTCONCIERTOLO MÁS RECIENTEFRAGMENTOS

Héctor Sapiña Flores / México

9/12/20254 min read

Gatekeeper = ¿Y esa playera de Nirvana? A ver, dime 5 canciones que no sean “Smells…”.

Los fans tóxicos tienen razón en algo: no es justo que un politiquillo panista tenga boletos gratis de primera fila mientras una adolescente tuvo que prostituirse para comprar entradas al concierto de Justin Bieber (según se cuenta en las crónicas verídicas de La Rosa de Guadalupe).

Si usted es fan de algo, no me dejará mentir: en algún momento ha pasado por su mente la emisión de una licencia que garantice a los fans privilegios en filas, compras, devoción y adoración. A veces los clubs o armies de K-Pop lo logran. Bien por ellos (…supongo). Si el nicho swiftie ha sacrificado sus quincenas (y las de sus padres) para que Taylor pueda viajar en su jet, lo natural sería asegurarles un lugar en el tour, ¿no?

NO.

La trampa del mercado es ésa. Ya nos la sabemos: ni a Taylor ni a Justin ni a Bad Bunny les importa mucho. La crítica al consumismo es bien conocida, “no necesitamos nada solar, lenguas nahua, liens’n maternaztecas, porque sun k’le que lo conservan todo…” (El Coral Blanco, min. 0:25-0:31).

Más allá de la base Adorno-Bourdieu, el problema orgánico en las culturas del fandom se da en una etapa más avanzada: frente a la indiferencia del dios amado, los mortales comienzan a competir entre sí. Primero se desecha a los no-fans, ellos ni figuran. Luego se organizan grupos locales y se forma un campo social. Abanderados de tal o cual agrupación guerrean entre sí para demostrar quién acumula mejor tributo.

La práctica, por supuesto, es ociosa y a veces hasta violenta. Por suerte, hay fandoms más relajados, que abandonan los comportamientos agresivos en pos de una actitud democrática. Los más exitosos ni siquiera se consideran fans, optan por un proyecto de difusión: llevar la obra que aman a los demás. Se vuelven diseminadores y, con suerte, subcreadores.

Si lo miramos en una escala, donde el polo A es ocupado por el fan tóxico y en el polo B se encuentra el difusor cultural, la transición de uno a otro lado halla su momento inicial en el taco postconcierto.

Una vez establecida una taxonomía de los espectadores (véase el “test de personalidad” en la entrada anterior), podemos retomar el examen del taco postconcierto y su relación con el espectador:

- El Fan Tipo 2 se come su taco en silencio. Ha salido de misa y tardará al menos un día en digerir la experiencia.

- El Fan Tipo 1 se atraganta porque no cede al impulso de hablar sobre el concierto. De preferencia, va acompañado. En caso contrario, encuentra ocasión para iniciar al mesero en la secta de seguidores.

Aquí se gesta el momento de las apreciaciones. Con cada mordida se recuerda la canción favorita; entre una masticada y la pausa para sorber coca y dos más por favor, sí, con todo ¿tiene limones? se reactiva la memoria inmediata del concierto: cambió el set, la tocó diferente, suena mejor cuando está borracho, no mames, me cagué cuando…

La ingestión del taco acompaña la ponderación de la experiencia estética.

En una de esas se prende la chispa adecuada: aunque amo al artista, reconozco mayor calidad en tal producción. Él mismo se ha superado. Del fuego inicial deriva la posibilidad de jerarquizar obras, ejecuciones, etapas de la trayectoria.

Un fan no madura como cualquier persona. La madurez llega conforme se aprende a querer mejor al texto amado, cuando aceptamos “no todo lo que toca BTS es oro”. Fijar un canon requiere formar principios axiológicos: criterios para valorar.

La madurez del fan es el matrimonio posterior al enamoramiento.

Denuncia 1: la necedad del gatekeeper reproduce las contradicciones del capitalismo porque oculta la irresponsabilidad del productor e impulsa la explotación del consumidor.

Apología 1: si el fan insiste lo suficiente en su necedad, al grado de cuestionarse a sí mismo, eventualmente desarrolla un sentido estético.

Denuncia 2: cuando el gatekeeper no abandona el orgullo termina por fundar un culto destinado a autodestruirse. Según la Dra. Temperance Brennan, las sociedades secretas presuponen que su organización se encuentra por encima de cualquier otra. En su negativa a institucionalizarse con apertura, el culto se reduce a iniciados que terminan por extraviar el dogma inicial o, simplemente, se desintegran al agotarse los aprendices. El culto fan intenta imitar al culto herrero-alquímico de antaño, pero nunca alcanzará tal arraigo porque su arte se enfoca a un producto de masas que no tiene ninguna tradición vinculada con la tierra y el trabajo local.

Apología 2: el gatekeeper no cede al relativismo ético-estético. Para perdurar en su misión autoimpuesta de divulgar la palabra amada, opus est (o sea, ahuevo) debe adoptar una postura dialógica. Esto es: no relajar los valores propios, tampoco asumir la inferioridad de los otros.

Para un latinoamericano, la verdadera devoción acepta todo sacrificio.

Nadie se queja de hacer fila para ver a la Virgencita en la Basílica, ¿por qué habría de quejarme de hacer 4 horas en el transporte para ir al concierto?

Si usted se queja, entonces no es un fan y namás va al desmadre (tome nuevamente el “test de personalidad”).

Elección vocacional:

Hace unos años decidí no admirar más a personas reales; sólo a personajes de ficción.

Héctor Sapiña Flores: Es escritor, profesor y “postfan”. Obtuvo la maestría en Letras (UNAM) con una investigación sobre ciencia ficción mexicana y es maestrante en Comunicación (UACH). Ganador del 2º lugar en el premio de ensayo sobre una Sociedad Sustentable de la Revista de la Universidad de México. Recientemente publicó la plaquette Crasística y participa en varios proyectos de creación y difusión de la ciencia ficción en México. Miembro de la Sociedad Tolkiendili México, Smial Endisilnor. Redes: FB @hector.sapinaflores / Tiktok @h.sapina28 / IG @hsapina19

¿quieres leer más de taco-postconcierto?