El arte y nosotrxs: ¿debería importarnos?

¿Por qué el arte nos conmueve, nos inquieta o nos transforma? Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha sentido la necesidad de dejar constancia de su existencia a través de formas, colores y sonidos.

ARTELO MÁS RECIENTE

Fragmentos del Sur

2/5/20257 min read

El arte como necesidad humana

Desde que el primer ser humano o mujer que trazaron unas inquietas líneas en las paredes de una cueva hace más de 40,000 años, el arte ha sido un medio para dar sentido a la existencia. Pintar, esculpir, escribir, componer... no son solo actos de creación, sino de conexión. Ya sea en un fresco renacentista o en un performance contemporáneo, en una sinfonía de Beethoven o en un mural urbano, el arte es un testimonio de nuestra humanidad, un puente entre el individuo y lo universal.

La neurociencia confirma lo que hemos intuido desde siempre: el arte transforma. Algunos estudios han demostrado que al observar una obra que nos conmueve, se activan las mismas regiones del cerebro que responden al amor, la recompensa y el placer. Por ejemplo, uno de los estudios más citados sobre este tema fue realizado por Semir Zeki, neurocientífico del University College London, quien ha investigado la relación entre el arte y el cerebro. En su estudio publicado en 2011 en la revista PLOS ONE, Zeki y su equipo, descubrieron que cuando las personas observan obras de arte que consideran bellas, se activa el núcleo accumbens, una región del cerebro asociada con el placer, la recompensa y las emociones positivas.

Aunque, también podríamos pensar un poco en las palabras de Nietzsche, quien hace mucho tiempo dijo: “tenemos el arte para no morir de la verdad”. Y es que, en un mundo a menudo caótico, el arte nos devuelve la capacidad de sentir, reflexionar y trascender.

¿Por qué el arte nos conmueve, nos inquieta o nos transforma? Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha sentido la necesidad de dejar constancia de su existencia a través de formas, colores y sonidos. Pero más allá de su dimensión estética, el arte es una manifestación del pensamiento, una construcción simbólica que nos permite dialogar con el tiempo, con lo sagrado, con la sociedad y con nosotrxs mismxs.

No es casualidad que toda civilización haya dejado huellas artísticas: desde las pinturas rupestres hasta las instalaciones digitales del siglo XXI, el arte ha sido testimonio de nuestra evolución, reflejo de nuestros anhelos y, a veces, presagio de nuestras crisis. En palabras de Ernst Gombrich, "no existe realmente el Arte con mayúscula, solo hay artistas". Y, sin embargo, esas creaciones individuales han dado forma a la manera en que entendemos el mundo.

Más allá del placer visual o la admiración técnica, el arte nos interpela. Nos obliga a cuestionarnos qué es la belleza, la memoria, la identidad y el ser humano. En un mundo donde el capitalismo nos ha enseñado a que lo utilitario domine nuestras vidas, el arte resiste como un espacio de libertad y profundidad, un recordatorio de que la humanidad no se define solo por su capacidad de producir, sino también por su necesidad inherente de imaginar.

Pero, hagamos un ejercicio histórico y hagamos un viaje al pasado para recorrer de manera muy breve la historia del arte:

Breve historia del arte: De las cavernas al metaverso

Desde tiempos inmemoriales, el arte ha sido un testimonio de la existencia humana. En las profundidades de las cavernas, nuestrxs antepasados dejaron rastros de lo que configuraba su mundo, como en las pinturas de Lascaux y Altamira en Europa, pero también en las de Leang Tedongnge en Indonesia, las representaciones aborígenes de Kakadu en Australia y las figuras en las rocas de Tassili n’Ajjer en el Sahara. En América, los pueblos ancestrales de la región amazónica plasmaron sus visiones en las cuevas de Serra da Capivara, mostrando escenas de caza y rituales que revelan una cosmovisión rica y compleja. El arte, desde sus primeros gestos, no solo servía como una representación de la realidad, sino como una forma de entender el mundo y situarse en él.

Con el surgimiento de las primeras civilizaciones, el arte adquirió nuevas dimensiones, convirtiéndose en una herramienta de poder, espiritualidad y memoria. En Egipto, las pirámides y los relieves funerarios narraban la relación entre lo humano y lo divino. En Mesoamérica, los murales de Teotihuacán y las esculturas olmecas expresaban no solo un dominio técnico impresionante, sino también una profunda conexión con el cosmos. En los Andes, los tejidos paracas y la cerámica mochica eran portadores de narraciones visuales que trascendían lo ornamental para transmitir conocimiento. Mientras tanto, en África subsahariana, la escultura en bronce de Ifé y las máscaras rituales del pueblo Fang no solo representaban figuras humanas, sino que encarnaban conceptos filosóficos y espirituales sobre la vida y la muerte.

Con la llegada del Renacimiento en Europa, el arte se convirtió en un espacio donde la ciencia y la emoción convergían. Leonardo da Vinci y Miguel Ángel, a través de su dominio de la anatomía y la perspectiva, ampliaron los límites de la representación visual. Sin embargo, al mismo tiempo, en el Tawantinsuyu, los quipus incas constituían un sistema de registro visual único en el mundo, donde los colores y los nudos reemplazaban la escritura tradicional para narrar la historia de un imperio. En el Caribe y Brasil, las tradiciones artísticas de los pueblos africanos esclavizados se fusionaron con las indígenas y europeas, dando lugar a nuevas expresiones visuales que desafiaban las estructuras coloniales y resistían el olvido.

En el siglo XX, el arte entró en una revolución constante. Las vanguardias europeas rompieron con la idea tradicional de belleza y representación, mientras que en América Latina y África emergieron movimientos que buscaban revalorizar las raíces indígenas y africanas. En México, el muralismo de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco transformó el espacio público en un lienzo de reivindicación social. En Brasil, el modernismo de Tarsila do Amaral integró influencias europeas con la identidad mestiza del país. En África, el arte postcolonial de figuras como Malangatana en Mozambique o Ibrahim El-Salahi en Sudán cuestionó los legados del colonialismo a través de nuevas narrativas visuales.

Hoy, en el siglo XXI, el arte ha trascendido los límites del lienzo y el mármol para habitar el espacio digital. El metaverso, las NFT y la inteligencia artificial han abierto nuevas posibilidades creativas, pero los desafíos siguen siendo los mismos: ¿cómo narramos nuestra historia? ¿Cómo el arte sigue siendo un medio de resistencia, memoria y transformación? Si algo nos ha enseñado la historia del arte es que no es una sucesión de estilos o técnicas, sino un reflejo de la humanidad en todas sus facetas: su belleza, su conflicto, su deseo de trascender.

El arte hoy: Más relevante que nunca

A pesar de los cambios abruptos y vertiginosos de nuestra sociedad, el arte sigue siendo un espacio de resistencia, memoria y transformación. En un mundo dominado por la inmediatez y el consumo de información, podría parecer que el arte ha perdido su lugar, pero esa idea no podría estar más alejada de la realidad. Nunca ha dejado de evolucionar; lo que ha cambiado es la manera en que lo experimentamos y lo consumimos.

El arte contemporáneo no solo se encuentra en los museos o galerías, sino en los murales que transforman las ciudades, en los gráficos digitales que habitan el ciberespacio, en los grafittis que adornan el metro de la ciudad, o en las paredes rayadas con estrebrook y gis blanco, cuestionando lo establecido, jugando con nuestra mirada. Frida Kahlo convirtió su vida en un lienzo de emociones, explorando la identidad, el dolor y la fuerza a través de una obra profundamente personal y universal al mismo tiempo. Remedios Varo, jugo con el surrealismo, experimentando con los simbolismos y desafiando las fronteras entre la ciencia, la magia y el subconsciente, para crear mundos donde lo imposible se vuelve tangible.

El arte latinoamericano contemporáneo sigue esta línea de exploración y desafío. Tania Bruguera, cubana, llevo sus ideas a la esfera política con performances e intervenciones que confrontan el poder y la censura. Margarita Azurdia, de Guatemala, rompió con los convencionalismos a través de la pintura, la escultura y la poesía visual, fusionando elementos prehispánicos con la experimentación moderna para cuestionar la identidad y el género.

Hoy, el arte ha expandido sus territorios hacia el mundo digital. Las nuevas tecnologías han permitido que creadores de todo el mundo exploren la inteligencia artificial, el metaverso y las NFT como herramientas para desafiar los límites tradicionales del arte. Sin embargo, el objetivo sigue siendo el mismo: provocar emociones, generar pensamiento crítico y conectar con nuestra esencia humana.

Pensar que el arte ha muerto es una locura. ¿Cómo sería el mundo sin imágenes que nos conmuevan, sin canciones que nos acompañen, sin películas que nos hagan soñar o sin arquitectura que transforme los espacios que habitamos? Sin arte, perderíamos nuestra capacidad de imaginar y cuestionar. No es un simple adorno ni un lujo: es una necesidad tan vital como el lenguaje o la memoria. Debemos rescatar el arte de las manos del consumismo y traerlo de vuelta a los patios de juego.

Creo que preguntarnos si el arte sigue siendo relevante, más bien deberíamos preguntarnos cómo podríamos vivir sin él, pues es un recordatorio de que aún somos humanos, de que sentir, crear y soñar es lo que realmente nos define. El arte no es algo distante ni ajeno; está en cada imagen que nos interpela, en cada idea que nos transforma. Su esencia vive en nosotros, por eso, te pregunto: Y tú, ¿qué obra de arte crearás hoy?