El inmigrante

Una historia de lucha, solidaridad y segundas oportunidades que reafirma la fe en la humanidad.

LITERATURACUENTO

Miguel González Troncoso / Chile

5/20/20253 min read

David, llevaba cerca de cinco meses viviendo en un cité de la Avenida Santa Rosa, estaba atrasado en el pago del alquiler de la pieza que ocupaba junto a otros migrantes lo que significaba que prontamente, si no cancelaba la deuda, tendría que salir a vagar por la ciudad y dormir donde lo pillara la noche.

Como no tenía dinero trataba de retribuir de algún modo a sus vecinos, quienes al verlo solo y sin trabajo compartían con él una comida diaria, por eso y de buena gana, salía todos los días en dirección a las diversas oficinas públicas para realizar la infinidad de trámites que la autoridad exigía para otorgar una visa. Durante estas salidas al centro de la ciudad, aprovechaba de pasar a la biblioteca donde podía leer los periódicos gratuitamente, especialmente aquellas páginas donde se publicaban las ofertas laborales y de negocios. Fue así que se enteró de una nueva oferta laboral, esta vez para un centro de salud. Cuando leyó la oferta, inmediatamente tuvo el presentimiento de que con un poco de suerte podría conseguir el trabajo, y, esperanzado, llevó personalmente su currículo al centro de salud; después, de regreso al cité, pasó al restaurante de la esquina donde luego de conversar con el dependiente encargado, lavó la vajilla, y realizó el aseo de los baños. Debía asegurarse de tener algunas monedas para poder cargar su teléfono celular, único medio a través del cual podía ser ubicado.

Ese día lunes, como parte de su rutina, David se levantó primero que todos, se lavó en el grifo de agua ubicado en el pequeño patio, se vistió con las únicas prendas que tenía, puso agua en el hervidor y salió a comprar el pan que le encargaron. Agradecido, tomó una taza de café y comió un pan con margarina. A eso de las nueve de la mañana sonó su teléfono, era una llamada de un número desconocido, por lo que algo nervioso contestó y en un papel anotó algunas indicaciones. La llamada era del trabajo y le pedían concurrir a una entrevista ese mismo día.

Cuando llegó al edificio pudo apreciar que había cerca de quince personas que también habían sido citadas. Mientras esperaba su turno repasó su vestimenta, pues casi todos vestían ropas livianas conforme a la época estival, él en cambio, vestía una parka de color oscuro, gruesos pantalones y zapatos con caña, vestimentas propias de tiempos más fríos; desanimado por esta constatación se levantó de su asiento para marcharse del lugar, justo cuando escuchó su nombre.

En la entrevista, David contó todas las peripecias por las que había pasado al llegar al país, dijo que su familia estaba compuesta por su mujer y sus dos hijas, que esperaba con ansias afianzarse en un trabajo para luego arrendar una vivienda, conseguir visa y lograr traerlas para vivir todos juntos. Agregó que su situación era desesperada y que estaba disponible para trabajar en lo que sea, sin importar el horario. El psicólogo, que lo observaba atentamente, se dio cuenta que David no llevaba puesta una camisa y que solo se cubría con la parka, y al ver que éste se mostraba acalorado, le ofreció un vaso de agua y pañuelitos para secar las gotas de sudor que empezaban a perlar su frente, luego le pidió que esperara afuera.

Una vez que todas las entrevistas concluyeron, una secretaria salió a buscarlo al pasillo y lo llevó ante el psicólogo el que con una sonrisa amable pintada en su rostro, le informó que el trabajo era para él y que debía empezar el próximo lunes. Como en la entrevista había dicho que sabía conducir, le ofreció además las llaves de su vehículo particular para que lo trabajara como Uber durante la semana, y así ganar algo de dinero para comprarse ropa adecuada lo que David aceptó de inmediato visiblemente emocionado.

Durante dos años David trabajó como administrador en el Centro de Salud, con el dinero ahorrado pudo adquirir una vivienda en su país de origen, adonde regresó al no poder conseguir visa para su familia. Desde su tierra escribió agradecido y emocionado al psicólogo que le brindó la oportunidad de trabajo que le permitió a él y su familia alcanzar algo de felicidad, y cada vez que puede, con mucha alegría gusta de contar, a quien quiera escucharlo, sus peripecias de cuando fue inmigrante y de cómo se ha reafirmado su fe en la humanidad, historia que ya es conocida por su familia y por la gente del barrio donde viven.