
La lata de galletas
Una pareja agobiada por la pobreza encuentra alivio en una misteriosa lata que transforma sangre en dinero. Pero el precio de la salvación se vuelve demasiado alto.
LITERATURACUENTO
Isaac Howard / México
5/11/20259 min read


Mi esposa y yo teníamos un año viviendo juntos cuando nuestro hijo llegó.
Nos conocimos hace años en nuestro trabajo de oficina. Estábamos en departamentos diferentes, pero coincidíamos por varias actividades, sobre todo en los archivos. No tardó mucho para que nos fijáramos uno en el otro.
Comenzamos a salir al poco tiempo. Eran citas comunes, paseos por el parque, ir a comer, al cine a diversos eventos culturales. María tenía una fuerte afición por el arte, aunque nunca llegó a desarrollar una buena técnica.
Esos fueron momentos en verdad felices. Verla junto a mí me llenaba de júbilo. Pasear juntos de la mano siempre me dibujaba una sonrisa en el rostro.
Todo cambió cuando nació nuestro hijo.
Antes de eso habíamos conseguimos un pequeño departamento con nuestros sueldos en conjunto. Tomamos la decisión de vivir juntos, aun sabiendo que sería una nueva experiencia. Hasta entonces ella compartía cuarto con sus compañeras y yo con mi antiguo colega de universidad.
Nos dividíamos las tareas del hogar, ambos cocinábamos y conseguíamos hacernos con un pequeño tiempo por las tardes. No era el sueño que pintan en películas y libros, pero era hermoso y había cierta paz.
Con la llegada del bebé nuestra pequeña pero apacible tranquilidad se vino abajo. No me malentiendan, amo a mi hijo y mi esposa, le prometí que compartiríamos las cargas de trabajo y tendríamos turnos para atender al bebé.
Pero apenas podíamos cubrir los gastos. Con la llegada del bebé, estos se triplicaron, por no mencionar que nos exigía demasiado tiempo, tanto que ella tuvo que abandonar su puesto en el trabajo para encargarse de él.
Con un solo sueldo, los gastos eran mucho más pesados. Tuvimos que dejar algunos gustos y economizar muchos productos.
Poco a poco, la comida era más escasa, al grado de que solo comíamos sopa y la cena se componía de una pieza de pan y té de hierbas. Por varios días insistí en trabajar horas extra en la oficina, incluso charlé con mi jefe para pedirle un aumento, pero se excusaba con que el presupuesto era insuficiente y las ganancias habían bajado mucho.
Después de todo, no era la única persona con familia que mantener. Al ver mis rasgos en mi hijo, me impulsaba a seguir adelante y no caer en la desesperación, todas las noches, verlo dormir era contemplar un pequeño ángel.
Por las tardes yo me ocupaba del bebé, así Sofía podía recostarse unas horas, por la noche dividíamos las ultimas tareas, ya fuera limpiar la cocina o lavar los platos. Pensé en buscar un segundo empleo, pero habría sido duplicar la carga que ella tendría que llevar en la casa, no quería dejar todo el peso sobre sus hombros.
Más que nunca, me sentí agradecido que continuara a mi lado. Desde que nos conocimos, habíamos evitado discusiones o conflictos, siempre buscamos apoyarnos mutuamente, ante las victorias o derrotas del otro, siempre manteníamos una sonrisa, de felicidad o de consuelo.
Pero cada vez era más difícil la situación. Las deudas comenzaban a acumularse. A pesar del carácter fuerte de mi esposa, la situación comenzó a ser demasiado, durante algunas noches la escuché llorar en la soledad de la cocina o en el baño.
Pronto dejó de dirigirme la palabra más que para hacer observaciones pertinentes con respecto al bebé. Su mirada se desviaba de la mía y evitaba lo más posible mi contacto.
Pensé que no pasaría mucho hasta que decidiera llevarse al niño y abandonarme, o, simplemente, dejarnos y olvidar toda responsabilidad. Si no encontraba una solución, yo mismo terminaría con la soga al cuello.
Tarde que temprano, decidí empeñar mi antiguo reloj de bolsillo. Tenía bastantes años; una herencia de mi padre, que heredó de su padre. Hecho de plata y con un sencillo Pero elegante diseño en la cubierta.
Sería insuficiente para cubrir los gastos inmediatos. Habría hecho lo que fuera por aliviar un poco nuestras deudas. Total, no lo echaría de menos, no tenía ningún valor sentimental para mí.
Así, de regreso a casa, pasé a una tienda de empeños que se encontraba en una avenida poco concurrida. Silver Scale, “dinero, por tú oro y plata” rezaba el letrero.
La estancia estaba mal iluminada, con objetos apilados en diversos anaqueles. La persona que atendía tras el mostrador, resguardado tras unas barras de acero, era un hombre mayor, de aspecto demacrado y cabello cano. El infeliz me dio mucho menos de lo que había previsto, regateamos un poco, realice un arguende ante su oferta, al final llegamos a un acuerdo, claro, aún inferior de lo que pedía originalmente.
Antes de salir de la tienda, me fijé en uno de los estantes junto al ventanal.
Uno de los objetos llamó mi atención. Se trataba de una pequeña lata de aluminio, de forma hexagonal. El motivo azul y dorado me indicaba que en algún momento había tenido galletas o algún postre. Quise revisar la marca, pero el logotipo estaba descolorido y era difícil leerlo.
El viejo me explicó que fue usada como caja musical, muy popular en los años en que salió al mercado. Pero ahora había removido el mecanismo y la conservaba por cuestiones meramente estéticas. Aquella lata tuvo un efecto casi hipnótico en mí. Sin saber por qué, decidí llevármela. Unos pocos centavos fue su precio, tan bajo que parecía ridículo. Lo que desconocía era el enorme precio que habría de pagar después.
Compré un poco de pan, jamón, café y una mejor leche para el niño. Aquella noche cenamos de una manera medio decente. Miré a mujer de manera profunda. Me sonrió de manera leve. Supuse que ella sabía de donde había sacado el dinero, pero no comentó nada al respecto.
Al menos verla sonreír esa noche me hizo olvidar todo lo negativo por un momento. Al finalizar la cena miró la lata un momento y me juró que estaba loco por comprar esa baratija, ya sin el aparato musical solo nos serviría para guardar azúcar o alguna especia. No podía explicar por qué, pero había algo en esa lata que me hacía sentir azorado.
Al abrirla, me corte con un borde roto del aluminio, por lo que, sin advertirlo en ese momento, una gota de sangre cayó dentro. Mi esposa me alcanzó una bandita mientras me limpiaba y sin comentar nada más, nos retiramos a dormir.
A la mañana siguiente, al partir hacia la oficina, escuché un ligero tintineo que sonaba por toda la cocina. Tras fijarme por todos lados, me percaté que era la lata lo que producía ese sonido.
Cuando la tomé, el sonido desapareció. En un primer momento, supuse que habría sido mi imaginación o que algún componente de la caja musical seguiría en ella. La revisé de arriba abajo, pero las muescas en la parte inferior indicaban que sección inferior la habían removido. Lo increíble era que, al revisarla por dentro me topé con una sorpresa: un delgado fajo de billetes se encontraba dentro.
Ante mi perplejidad, tomé el dinero y salí hacia la oficina. No era mucho, pero era bastante significativo en mi situación. Había más de lo que me habían dado por mi reloj. Busqué alguna explicación para este hallazgo, sin duda no estaba en la lata antes, pues la habíamos examinado anoche. Tenía la esperanza de que no fueran los vestigios de un ahorro que mi esposa mantuviera ante una situación desesperada.
No lo creía, o no habría utilizado la lata como escondite, me repetí una y otra vez. ¿De dónde había salido? ¿Acaso había aparecido de repente? Entonces me di cuenta: había caído un poco de sangre dentro. Debía experimentar de nuevo esa noche, verter un poco más de sangre.
Dios, realmente me había vuelto loco para pensar algo así, pero, locura o fortuna, tenía una posible solución a mi problema y debía sacarle partido. De regreso compré un par de rosas para Sofía, sus flores favoritas. Su cara se iluminó cuando recibió mi pequeño obsequio.
El regalo le encantó, pero me objetó que no debíamos gastar en banalidades, yo la tranquilicé, sin darle mayor detalle de dónde había sacado el dinero. Se acercó, rodeándome con sus brazos y me dio un apasionado beso en los labios. Esa noche, después de cenar, me quedé despierto con la excusa de revisar unos archivos para el trabajo.
Ante la lata, pinché mi dedo con una aguja y vertí un par de gotas dentro.
Esperé un poco, pero nada pasó. Cerré la lata y aguardé unos minutos. El tintineó no aparecía, acerqué la lata a mi oído: nada. Tomé la lata con fuerza y la agité, hecho una furia. Curé mi herida y, desilusionado, me fui a la cama.
A la mañana siguiente, mientras desayunábamos Sofía y yo, el tintineo sonó en la cocina. La lata estaba justo detrás de ella, pero no dio señales de haberlo advertido, ¿Acaso sólo yo la escuchaba? En ese momento, el niño comenzó a llorar, ella fue a verlo al cuarto, así que tomé rápidamente la lata. Un fajo más grande estaba dentro. Mi sorpresa en ese momento fue mayúscula.
Era simplemente increíble. Como si de una lámpara mágica se tratara. Aquello podía ser la respuesta a mis problemas. Sí mi sangre era necesaria, daría la que hiciera falta para lograr salir de mis deudas. Los días siguientes comencé a hacerme cortes más profundos. Tenía miedo de enfermar, me sentía más y más débil cada vez, pero era nada comparado con lo que obtenía, billetes de diferentes denominaciones en el fondo de esa lata maravillosa.
Poco a poco, pude deshacerme de mis deudas, las cosas comenzaron a normalizarse. Con el desahogo del dinero gracias a la lata, tomamos unas cuantas comodidades, nada lujoso, pero ese respiro lo tomé como el devoto más agradecido, casi volvía la tranquilidad.
Desafortunadamente, el gusto me duró poco. Tan solo unos días después, el dinero dejó de aparecer. Cómo si fuera una broma o una burla del destino, aquella maravillosa habilidad de la lata se había apagado. Unos pocos días después, a la mañana de haber vertido una buena cantidad de mi sangre y sentirme exhausto, la lata permanecía vacía.
Habían sido varios días en que sucedía lo mismo. Replicaba el ritual, dejando caer mi sangre. Traté por todas maneras, cubrir por completo las paredes, depositar solo en el centro y dejar que se coagulara, pero nada. Incluso había probado a agarrar un perro callejero de camino al trabajo y hacerle un corte en una pata. El pobre se alejó cojeando, sentí lástima por él, pero mi desesperación era mayor.
Con rabia y desilusión, arrojé la lata al otro lado de la cocina, haciendo un horrible ruido, lo que despertó al bebé e hizo que comenzara a llorar. Me dije que lo atendería en un minuto, Sofía había salido esa mañana para hacer unas pequeñas compras en un mercado cercano.
No sabía por qué pasaba eso, la lata simplemente se había cansado de otorgarme dinero. Sí, se había hartado de mi sangre. Lo sentía en cada una de mis fibras. Era la respuesta lógica, su poder o lo que fuera debía renovarse y para ello necesitaba sangre nueva. Me indicaba que necesitaba una nueva ofrenda para seguir ayudándome con mi problema.
Todos mis nervios estaban sumamente tensos. Mi hijo lloraba casi de una forma estridente. Lo tomé en brazos y traté de apaciguar su llanto. Pero mi mente volvía a la lata una y otra vez. El bebé lloraba incesantemente. Había perdido mi mejor fuente de ingresos, todo el peso de la desesperación se apoderaba de mí. No podía volver a pasar por lo mismo…simplemente no podía…
El bebé lloraba estridentemente…
No quería volver a decepcionar a Sofía, no podría soportar que me abandonara…
El bebé lloraba sin cesar…
La lata me exigía sangre, sangre a cambio de dinero, de mi necesidad más inmediata…
El bebé lloraba estridentemente...
La lata me tenía dominado, la lata me lo pedía, me exigía la sangre… el bebé lloraba y lloraba…
Cuando Sofía volvió a casa, el bebé había dejado de llorar.
Pude darle nueva sangre a la lata. No fue un proceso tan difícil, aunque se hizo un verdadero desastre.
Ella quedó pasmada al ver el escenario en la cocina, dejó caer las compras al suelo. Esta vez había llenado por completo la lata, para no dejar margen de error.
Pronto estaría rebosante de dinero otra vez. Todos los problemas se resolverían. Ahora Sofía lloraba de una manera histérica, parecía que se había vuelto loca. Ya no tendría que estar preocupada.
El bebé había dejado de llorar.
Nacido en Ciudad de México. Cursó la Carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fanático de la Ciencia Ficción y Fantasía, tópicos que trabaja en su obra primeriza.
