Perdida y todavía un poco mareada, me dispongo a vagar ingenuamente sin rumbo… Un
sentimiento un tanto paranoico me rodea, los arboles empiezan a formar ojos en sus troncos
que me observan, mientras mi paso, cada vez más acelerado, y mis nervios, en constante
escalofrío, desencadenan una crisis.
Cuando el sol se oculta, los colores del ambiente cambian a tonalidades aún más frías, y la
pérdida de visión me sumerge en un mundo oscuro.
Me oculto entre los arbustos y comienzo a llorar desesperadamente, pensando en aquellas
almas que no están más a mi lado.
Tras unas horas, con el maquillaje corrido, decido moverme de nuevo. Encuentro lo que
parece ser una iglesia abandonada; aún conserva restos de agua, pero la talavera comienza a
invadir su estructura, invitándome a venerar su majestuosa (aunque inquietante) belleza…
