Taco postconcierto

Un taco postconcierto es eso: un bocado inesperado, una conversación ligera pero profunda, un respiro entre notas y palabras.

FRAGMENTOSLO MÁS RECIENTETACO POSTCONCIERTO

Héctor Sapiña / México

1/17/20253 min read

1. El taco postconcierto

Después de una experiencia estética significativa (un concierto, una película, algún museo, etc.) debes comerte un taco. Puede ser con amigos, con la pareja o solo. Desde luego tiene que ver con la socialización. Entonces no se vale pedirlos para llevar. Es una práctica ‒de hecho, pienso que es un ritual‒ para confirmar una vivencia compartida. Pero, más allá de lo social, como parte de la experiencia estética en sí, es una manera de integrar al texto en la digestión (o la digestión al texto), es cerrar el telón personal. Cuando una vivencia textual supera al meme, necesitamos tiempo para digerirlo. La comida acabará en el drenaje, pero el texto se integra al cuerpo.

Curaduría personal

Las playlists, las carteleras de películas en la madrugada, las fotos de la familia en los muebles de la abuelita y sus platos en la pared, las cosas que cuelgan del espejo del microbús, algún outfit, las colecciones de peluches, las fotos en las quecas, las tazas, cosas talladas, moldeadas o encontradas que se trae uno para el recuerdo, los libreros cuando se organizan por color o tamaño y no por contenido, los instrumentos y los discos en la sala del músico; siempre y cuando las cosas estén dispuestas intencionalmente para mirarse con ritmo, de a pasos y no de pasada.

En la era de la cultura atómica

Cuando el Estado haya caído y hayamos regresado al nomadismo, esto es, cuando entremos en la posthistoria, la diferencia principal respecto a las antiguas vidas en tribu será que las comunidades habrán alcanzado un altísimo grado de entropía. Es decir, la historia de la humanidad habrá servido para transportar a gentes (sí, gentes) de todo el mundo hacia el resto de todo el mundo y combinarlas, con sus símbolos, su gastronomía y sus lenguas. “Cada persona será su propia cultura”, dice Ricardo Ánimas. Habremos dos tipos de museo: las ciudades, que aparecerán de paso, y las personas. Como los Wodaabe, cada quién andará por el mundo transportando su propio museo en sí. La historia de la humanidad es, pues, un ars combinatoria.

La vida ocurre entre un taco y otro

Esta semana me estuve despertando entre las 4 y las 5 de la madrugada. Aproveché para desempolvar el teatro áureo de mi memoria. A esa hora nadie quiere leer, entonces vi grabaciones de puestas en escena. (Entre todas las cochinadas de nuestro tiempo, hay algo que agradecer: el acceso a tantos documentos en la madrugada. Y aquí la sabiduría del Príncipe de la Canción: “Click aquí, click allá / Click aquí, click allá / Señor Internet, quieró darte las gracias, / Tú sí que eres el genio del milenio…”.) De 4 a 7 vi algunas de Lope de Vega, Cervantes, Calderón, unas de Juan Ruiz, y confirmé mi recuerdo, Juan Ruiz sigue siendo mi favorito, luego Cervantes. Hasta ahora no sé decir más del teatro áureo. Bueno, algunas cosas, pero no caben aquí.

En las tardes intenté ver algunas nominadas para los Globos de Oro, para dormir capítulos de Frasier que le estoy grabando a mi esposa, y, por una coincidencia en la que tampoco vale la pena detenerme, terminé viendo Wicked el lunes a las dos de la tarde. La versión “sing along” en una sala de cine, había un par de fans atrás y otros adelante, que claramente se escaparon de la vida mecánica para ver su objeto de amor por última vez en la pantallota (ya la van a quitar). Me sentí contrariado porque sus voces sobre la película me incomodaron, pero a la vez pensaba que están en su derecho-fan de cantar y llorar sobre la proyección; realmente era yo quien había entrado en su territorio, pues, aunque tengo cierto afecto por la obra, no puedo considerarme su fiel seguidor. Enojarme de su desafinación llorosa sería lo mismo que molestarme con un budista haciendo cuentas de recitación en un templo que visito con fines turísticos. Nadie va a la iglesia y le dice a la señora de a lado, “¡no rece tan fuerte, señora!, no deja escuchar la misa”. En fin…

Un poco sin querer dispuse la semana con diferentes formas de drama. Viví esos días en lenguaje escénico. Y, naturalmente, los tacos de Juanito ‒los lunes en el tianguis de la López Mateos‒ se me presentaron como un teatro: Escenas de la vida cotidiana en la frontera Naucalpan-Tlalnepantla. Este monólogo ha sido mi epílogo personal para una semana que, supongo, a otros resultará aburrida.

FIN

Imagen por Daniel Hooper

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