
Teléfono Descompuesto
Entre marionetas, turistas y personajes olvidados, se revela una llamada inesperada que desarma al protagonista y despierta preguntas sin respuesta.
LITERATURACUENTO
Diego Migliori / Argentina
4/19/20253 min read


Arrancábamos este verano en una playa de Torremolinos. Mi marioneta y yo estábamos decididos a comernos aquel paseo marítimo lleno de gente; “Coco y su piano” estaba a punto de empezar, un espectáculo donde un tortugo toca piezas de jazz con un piano de cola.
Como en cada ciudad a la que llego, empiezo a formar parte del mobiliario urbano; los camareros me saludan, los niños ya me reconocen cuando voy caminando y las empleadas de las tiendas me hacen las típicas preguntas de siempre: —¿Se gana mucho? ¿Cuánto tiempo llevas con el muñequito? ¿Tienes familia? ¿Vives debajo de un puente?
También voy reconociendo a los sucesivos personajes de Torremolinos. La fauna local es parte del paisaje de La Carihuela: Jaime, que viene por las noches a tocar blues con su guitarra y me llama Pablo, no sé por qué. El heladero argentino, que me cabecea cada vez que me ve y me pregunta cómo me fue hoy...
Pero hay un personaje que me llama la atención. Aparece siempre detrás de mí, descalzo, con la camisa desabrochada y una radio chiquita con antena, hablando como si fuera un teléfono:
—Sí, aquí estoy... dando un paseo por La Carihuela... te dejo, chau.
El hombre me mira, me saluda con la cabeza y se dirige hacia la papelera que está enfrente mío. La revisa y descubre una latita de cerveza, la coge y vuelve a hablarle a la radio mientras se marcha bebiendo las últimas gotas que quedan.
Al otro día, la misma escena. El hombre hablando con la radio; fuerte, para que lo oigamos todos los transeúntes. Y yo, que curiosamente estoy con Coco. —Sí, estoy yendo... pero espérame que llegue.
Mira la radio, aprieta un botón como si cortara la conversación, baja la antena, me mira, me saluda con la cabeza y se dirige nuevamente a la papelera. Esta vez encuentra un donut deformado y mordido. Antes de comérselo, me mira, y sigue caminando.
Cada vez que “habla por teléfono” toma una postura corporal y una voz realmente brillante. Un actor que se lo creía. Empecé a preguntar por él, si lo conocían, si sabían quién era. Todos me contestaban lo mismo: Era un hombre de negocios, la mujer lo había dejado hace muchísimos años y él enloqueció. Ahora se pasa el día vagando, duerme en las playas y come de los restos de basura. Me aseguraban que no era peligroso, pero nunca, nunca le mires a los ojos. No lo soporta.
Siguiendo estas instrucciones, cuando aparecía lo observaba, pero cuando él se percataba de que lo estaba mirando, enseguida disimulaba y miraba a Coco.
Ayer, mientras preparaba el escenario con su cartel, las partituras e intentaba desenmarañar las cuerdas de Coco, sentí una mano en mi hombro. Al girarme, era él, con su radio en mano. Me miró fijamente y me dijo: —Es para ti.
Con la radio en mano estiró su brazo para que yo cogiera la llamada. Noté que todos los paseantes estaban observándome. Las camareras se codeaban entre ellas y murmuraban. El heladero, que observó todo, sirvió un helado de limón en vez de crema americana. Los niños detuvieron sus patinetes y sus triciclos. El guitarrista, que de lejos me miraba, dejó de tocar.
Yo, por primera vez, no supe qué decir. El clown que vive en mí se había quedado mudo. Sudaban las manos y hasta Coco me miró.
—¿Estás seguro de que es para mí? —le pregunté.
—Tú eres Diego, ¿no? —me contestó, casi confirmándolo.
—Sí —contesté con temor.
Le cogí la radio con respeto.
—¿Hola? —dije con voz firme.
—Sí, soy yo—.
Es titiritero, clown, escritor y guionista Vive en las sierras entre gallinas y tomates. Hace unos años decidió escribir relatos y aventuras que le han sucedido durante 30 años con diferentes espectáculos callejeros. Instagram: @diegommigliori
